viernes, 22 de julio de 2011

Mi alivio, tu tortura

Por Úrsula Alanís Legaspi

Me empapo del agua que brota de tus ojos para conocer el misterio de tu esencia. En cada lágrima se refleja tu rostro entrelazado con el mío.

Mientras contorneo tu silueta con mis húmedas palmas, pienso que semejante imagen debería sobrevivir en la memoria del mundo, en ese que a veces parece ser demasiado ordinario para ambos.

De la boca del diablo que me protege, brota un humo denso color asfalto que asfixia las voces desesperadas que intentan frenar mis ideas criminales de hacerte daño.

Convencida de que al escuchar tus lamentos de dolor podré perdonar a la mala suerte que me ha perseguido desde mi nacimiento, poco a poco comienzo a idear la estrategia que te llevará a sufrir conmigo.

Después de tanto pensar, decido arrancarte trozos de piel y bañarme en tu sangre para sentir tu calor interior… mi cuerpo ya huele a muerte, a tu muerte…

Herido de pies a cabeza, me tomas de mis largos y oscuros cabellos, para llevarme al rincón de las bestias que vorazmente se alimentan de los recuerdos de los débiles. Aunque peligro ante tal escenario, me dejo llevar por tu alma desgastada.

Un monstruo de diez ojos y cinco bocas respira detrás de mí en señal de bienvenida. Me abrazo a ti para no caer en el abismo de la angustia, y a la par maldigo el momento en el que decidí pactar con los demonios de la luna, la purificación de mi alma a través de tu tortura.

Poema de Marisela Ríos